MIMISMO
Benjamín A.
Araujo Mondragón.
Paseaba ese día, muy quitado de preocupación
alguna. Oteaba en el horizonte, distraído. Veía todo sin mirar. De pronto una
sensación extraña me fue bajando de la cabeza al pecho; y de ahí al estómago.
Presentía algo malo. Pero no sabía qué, o por qué. Mis testículos se achicaron.
Esa sensación era preparación para algo muy malo. La descarga de adrenalina así
lo presagiaba...
La despreocupación desapareció y parecí estar listo
para todo. Una fuerte descarga me hizo voltear hacia el árbol inmediato: ¡¡¡era
yo mismo con actitud simiesca!!! ¡¡¡Yo mismo enarbolando mis propios libros
como armas mortales para atacarme!!! ¿Era eso un acto de profunda autocrítica?
-me pregunté en mi fuero interno-...pero no alcancé a contestarme porque me
alcancé a Mimismo y pude golpearme...
El golpe que me dió Mimismo contra la cabeza fue
con mi más reciente poemario -una antología, solicitada por el Consejo Editorial
de mi entidad de origen- "Acaeceres",
de más de trescientas páginas, de pasta dura y con un filoso disco compacto que
provocó se me abriera la cabeza y sangrara.
Más que el golpe la intensa emoción de reconocerme
convertido en un mono con mis mismos rasgos faciales y mis repugnantes gestos,
era la pieza central de mi tamborileo cardiaco, mi sequedad bucal y mis desorbitados
ojos -todo como conjunto de mi hipertensión que subió con la intensidad que,
presentí, habría de provocarme otro infarto...pero no, no sucedió
afortunadamente-; para finalmente reconocer que no tenía una reacción acorde
con lo que veía y sentía.
Como pude logré atrapar al simio, a Mimismo, y con
una fuerza que me desconocía logré atarlo (¿atarme?) y ´ponerlo (¿me?) en un
pequeño baño de la entrada de la casa, a la que llegué trastabillando con
Mimismo ya atado...
Que todo sea un sueño, que esta pesadilla acabe
pronto, me repetía momento a momento...pero no terminó ahí. La bronca siguió; y
sigue…(¿hasta cuándo?...¿en qué parará todo…?)…
Mis temores continúan y se han ido acrecentando
conforme pasa el tiempo. Mi vida ya no es la misma. Mi rutina se ha roto en mil
pedazos. Todo se acabó, o parece haber fenecido. Además de cambiar de rutinas:
trabajo, costumbres, amistades; ¡vaya, incluso mi matrimonio con Teresa que
estaba programado desde hacía ya seis meses, culminó con la ruptura absoluta.
De nada sirvió habernos ennoviado por casi diez años.
Así vivo
ahora. Alimentando a Mimismo, cotidianamente, con el temor de que un día se
desate y me propine una chinga de órdago.
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