jueves, 24 de abril de 2014

RINCÓN DE OBSIDIANA, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón



RINCÓN DE OBSIDIANA

Estoy en el rincón de mi memoria,
escarbo con cuidado y nada encuentro;
quiero tener aquí las sensaciones
de cuándo te encontré y pude amarte;
pero no puedo, algo me lo impide,
una obsesión por brillar mi pensamiento,
una ansia por pelear contra el olvido.
Un deseo de vivir, así sea de recuerdos,
dulces momentos, sensaciones efímeras
pero duraderas que, no obstante,
se esconden como ratas en la cueva del olvido
como queriendo recrear otros momentos…
los de hoy, los de mañana, los de hace un rato:
para que parezca un gato boca arriba,
jugueteando con prisa contra el olvido.

miércoles, 23 de abril de 2014

CÖMO ME HICE ESCRITOR, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

CÓMO ME HICE ESCRITOR

Benjamín A. Araujo M.


El proceso de mi inspiración puede ser tan simple como esto: de niño, acaso tendría yo ocho o nueve años tuve la oportunidad de conocer a un poeta de mi tierra, Toluca, Heriberto Enríquez.
Él tenía alrededor de 70 años y yo la edad mencionada. ¿Por qué lo conocí? En la casa de mi abuela paterna, la misma casa en donde nació mi padre, ubicada en Toluca, capital del estado de México, en la calle de Lerdo de Tejada –en una época 48, luego 424-, muchos domingos asistían a la comida dominical dos escritores mexicanos que luego supe tendrían importante peso en las letras nacionales y regionales, respectivamente: Don Ernesto de la Peña y el profesor Heriberto Enríquez, este último por cierto autor del Himno al Estado de México.
Don Ernesto era oriundo de la capital. El maestro Enríquez, toluqueño. Enriquitos, que era como se le conocía habitualmente entre los toluqueños, quizá por su bonhomía y su carácter. Haberlo conocido en las tertulias dominicales en la casa de mi abuela Dolores Iniesta viuda de Araujo, me marcó. Su charla con constantes acotaciones literarias me incitó a las letras. Y ello hizo que yo pidiera a mi padres, Guadalupe y Adolfo, como hijo mayor que yo fui –de siete hijos-, permiso para visitar al poeta, profesor Enríquez, quien vivía a dos cuadras de la casa.
Si yo terminaba mis tareas escolares –que esa era la condición impuesta por mis padres-, tenía permiso automático para visitar al vate unas dos horas o máxime dos horas y media. Ello ocurría unas dos veces por semana; y así fue durante largos cuatro años.
En ese tiempo logré conocer tempranamente a los autores que acaso hubiera conocido después, como así fue más tarde. Tenía yo, ahora lo valoro, a un maestro de lujo, dado que él había sido profesor tanto en el Instituto Científico y Literario de Toluca, como en la Normal de Señoritas. Por sólo citar dos planteles de alto nivel escolar en la región. Por cierto que sospecho por qué Heriberto Enríquez iba a casa de mi abuela. Mi abuelo, Rafael Araujo Espinoza, fue destacado maestro del Instituto, tan es así que aún hoy en día una calle lleva su nombre en mi ciudad de origen.
De ese modo pude conocer a detalle a Miguel de Cervantes Saavedra, a Dante Alighieri, a Petrarca, a Garcilaso de la Vega, a Juan Boscán, a Fernando de Herrera; lo mismo que a autores nativos contemporáneos como Zúñiga o Josué Mirlo. U otros autores mexicanos de renombre como Sor Juana Inés de la Cruz, Gorostiza, Nervo, Pellicer y muchos otros.
Esa didáctica tan incidental y afortunada me llevó a convertirme, paulatinamente, en un lector empedernido, por la vía más directa y genial: el placer.


miércoles, 16 de abril de 2014

POEMA A MI NIETA, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

Ana PAULA

Son las 5:40 del jueves 10 de abril de 2014, nace mi nieta muy querida Ana Paula Araujo Beltrán. Y me impulso a escribirle algo:
Llegó a nuestras vidas la nueva esperanza,
tú naciste en jueves para abrir semana,
tú naciste en jueves y abres nueva vida,
tu vida me llega, tu vida me alcanza;
y ahora como tu madre te llamarás Ana…

Eres Ana Paula, la esperanza nuestra
que nace y despierta cual fuego en el agua;
tú, pequeña niña, de piel sonrosada
has hecho que crezca una nueva rama
a nuestra esperanza de paz y de dicha. 

A nuestros oídos llegó nueva luz
y hasta nuestros ojos se oyó nueva música
porque las palabras nacieron contigo
ese 10 de abril en que tú naciste
para a nuestros espíritus dar vigor y abrigo,
asilo de amor eres, Ana Paula,
para nuestras vidas eres nueva jaula
que deja volar las alas del gozo
y encierras por siempre a la dicha nueva
que llega a racimos por vía de tus ojos
y de tus sonrisas; y de tus sonrojos…

Tú eres pequeña renovado fruto
racimo pequeño de grandes sorpresas
emoción al alma
vitamina al ser
alimento al espíritu
enviada por Dios,
previo a Semana Santa,
pues nada es casual,
aunque nos parezca…
…todo es primavera,
promesa que llega
para anunciar nuevas
rosas siemprevivas
a racimos de tus tallos vitales,
rosas siemprevivas para nuestras vidas
la luz que ha habitado nuestras mañanitas,
nuestros despertares (adiós, los pesares;
bienvenidas, dichas) tú anunciaste ahora
con quedos toquidos: “cantemos aleluyas,
cantemos a la vida; que vivan las almas
que habitan la vida; que viva por siempre
el amor, la dicha, la fortuna de estar vivos…”
en este eterno futuro que es el presente.

Promesa tranquila, para todo el mundo,
del siglo XXI, eres Ana Paula.
Mil sorpresas gratas, guardan tus manitas
y anida en tu pecho un cúmulo de gratas
sorpresas para tus padres, para tus abuelos,
para tus tíos, para tus primos…
…y ¡¡¡para todo el género humano!!!

Abril de 2014.


Benjamín Adolfo Araujo Mondragón.

lunes, 7 de abril de 2014

ACURRUCARSE, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

Me recojo aquí,
sobre mis suaves plumas;
estoy yerto,
cansado y vanidoso:
soy un ave que pena
por doquiera y sigue
los pasos de la primavera.
Me recojo en silencio,
sobre mi mismo,
me guardo, me acurruco,
me satisfago de vida...
...y de color; soy color,
así lo quiso la naturaleza.
Soy feliz:
acurrucado sobre mi mismo.

jueves, 3 de abril de 2014

CON TODA LIBERTAD, Blas C. Terán

Liturgia, Amaneceres y otros poemas, de Benjamín Araujo Mondragón

CON TODA LIBERTAD

Blas C. Terán

          La obra me fue entregada en un acto que para mi representa la resistencia: en una cafetería. La dedicatoria de puño y letra dice que: …toda casualidad, en el fondo, es una cita postergada. Es en el Fondo, la cafetería, donde recibo el libro.

           Ya en casa comienzo la entonación y como en obras anteriores de Benjamín Araujo, el golpeteo cadencioso de ritmos entrelazados crea una armonía contemporánea, es el verso, el verbo, la palabra.

          La primera señal que recibo, en esta obra, es el Génesis silencioso fracturado por la voz, concretando la idea en la palabra, hasta llegar a la gran sociedad que falla en colectivo. Es un primer lamento.

          El gozo de la obra es un reconfortante remolino que en su giro encumbra disparadores, señales que pueden desaparecer con el coqueteo del siguiente verso; entonces dejar de entonar y hacer una lectura, encontrarse con la palabra de Benjamín Araujo.

          Y son los espacios concretos, los objetos, lo tangible, los elementos de esta tierra; y es el olvido, el instante, las emociones, los afectos que se cumplen en el reconocimiento del otro; un círculo virtuoso que da pie para el verso. Divinidad pues, amor, mitología, éxtasis, geometría, queja.

          En esta obra, Liturgia, Amaneceres y otros poemas, Benjamín me ofrece la certidumbre de su ser y su estar y es como anteriormente dije, el reflejo del otro, el encuentro con esos lugares donde se oficia el rito de la poesía, donde la individualidad se asocia con otra individualidad y otra, hasta sumar una colectividad donde a partir del verso uno es actor provocado por la palabra impresa; y entonces interpretar los signos estructurando en territorios concretos e intangibles en franca convivencia con la cotidianidad.

          Reflejos pues, páginas 51, 52, no es cita, o casi… Nacer primero, incluso no nacer y quedarse en la idea. Benjamín sitúa al ser en espacios concretos e intangibles para su estar y en ese estar signa que ser y qué no ser. Con sarcasmo versa no bracear en las aguas que acercan a la razón y al goloso de las expresiones más exquisitas o el contraste.

          Pero bueno, así el canto y así la lectura que se disfruta comenzando por el ritmo del lenguaje para llegar al cuestionamiento provocado por las señales… Así, Liturgia, Amaneceres y otros poemas. Las señales…ah…las señales… Qué le vamos a hacer.

           Cuando recibí el libro, le quebré la nariz para quitarle un poco de hermosura. Me refiero a los forros.



                                                                    Gracias.


Galería Libertad, Querétaro, Qro., 28 de marzo de 2014.

LA CIUDAD, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

LA CIUDAD

La ciudad aparece ajena a mis escombros.
No vale ser la isla en que me han confinado
mis seres inmediatos, mis fantasmas distantes,
mis multitudes en que me solazo;
crecen delante de mi desesperanzas,
desalientos como pulmones fatigados,
gigantes pulmones que secretan utopías fallecidas
para pintar el paisaje laxo de una urbe que se fue
antes de llenarse de decretos de abandono
en cada uno de sus postes, en cada árbol
con la cabeza gacha de amargura.

La ciudad es una barca desierta.
No tiene sentido llamarla desde la noche
si ya sus grises días anuncian la desventura
de este desvarío de injusticias.
Es un naufragio colectivo la ciudad.
Nadie parece reparar en ello mientras
corre a deshabitar las oficinas, las fábricas,
los colegios o esos agujeros impropios
que llaman hogar con decoro
sólo para esas palabras huecas de dientes
afuera, vociferantes adjetivaciones
que esconden la desgracia que nos penetra a todos.

La ciudad es una ausencia colectiva.
Nido de antiguas voces que sí amaron,
desván de lentitudes para la fraternidad;
tal vez un peso seco sobre los infortunios
o una llama sin luz, o un viento
calmo que nos deriva a nada y nos quita
los gestos de la cara. Ni siquiera hay
la lluvia para ensayar heridas compartidas.
La ciudad es un páramo de desconfianzas.
La eternidad de lo inacabado se anuncia
con todos y cada uno de nuestros pasos.
No vamos a nada, ni acudimos a nadie,
ya no nos vemos; los espejos reflejan
nuestras ausencias intemporales.

La ciudad, esta ciudad, es todas las ciudades.
Es todas las ciudades y ninguna.
Cada ciudad de este hoy eterno tiempo
que se ha detenido en la nada de nuestros destinos
es la condena que nos merecemos porque
la hemos forjado con denuedo en nuestra
apátrida espiritualidad del desconsuelo merecido
a golpes de ceguera de nuestros puños
desde la impotencia del sueño.

Sólo queda un grito verdadero en este
silencio infértil que es la ciudad.
Allá, en el más recóndito callejón,
un violinista enloquecido, afiebrado,
toca el instrumento para ver si despierta
algunos de esos zombis que salimos
de nuestros agujeros a correr a ningún
lado todas las mañanas, todas las
mañanas, todas, todas, todas, semana tras semana,
mes a mes, año tras año, tras año tras año tras año
tras año: hasta que dejemos de rayar este disco inmundo
del abandono a que nos hemos confinado.