CÓMO ME HICE ESCRITOR
Benjamín A. Araujo M.
El
proceso de mi inspiración puede ser tan simple como esto: de niño, acaso
tendría yo ocho o nueve años tuve la oportunidad de conocer a un poeta de mi
tierra, Toluca, Heriberto Enríquez.
Él
tenía alrededor de 70 años y yo la edad mencionada. ¿Por qué lo conocí? En la
casa de mi abuela paterna, la misma casa en donde nació mi padre, ubicada en
Toluca, capital del estado de México, en la calle de Lerdo de Tejada –en una
época 48, luego 424-, muchos domingos asistían a la comida dominical dos
escritores mexicanos que luego supe tendrían importante peso en las letras
nacionales y regionales, respectivamente: Don Ernesto de la Peña y el profesor
Heriberto Enríquez, este último por cierto autor del Himno al Estado de México.
Don
Ernesto era oriundo de la capital. El maestro Enríquez, toluqueño. Enriquitos,
que era como se le conocía habitualmente entre los toluqueños, quizá por su
bonhomía y su carácter. Haberlo conocido en las tertulias dominicales en la
casa de mi abuela Dolores Iniesta viuda de Araujo, me marcó. Su charla con
constantes acotaciones literarias me incitó a las letras. Y ello hizo que yo
pidiera a mi padres, Guadalupe y Adolfo, como hijo mayor que yo fui –de siete
hijos-, permiso para visitar al poeta, profesor Enríquez, quien vivía a dos
cuadras de la casa.
Si yo
terminaba mis tareas escolares –que esa era la condición impuesta por mis
padres-, tenía permiso automático para visitar al vate unas dos horas o máxime
dos horas y media. Ello ocurría unas dos veces por semana; y así fue durante
largos cuatro años.
En
ese tiempo logré conocer tempranamente a los autores que acaso hubiera conocido
después, como así fue más tarde. Tenía yo, ahora lo valoro, a un maestro de
lujo, dado que él había sido profesor tanto en el Instituto Científico y
Literario de Toluca, como en la Normal de Señoritas. Por sólo citar dos
planteles de alto nivel escolar en la región. Por cierto que sospecho por qué
Heriberto Enríquez iba a casa de mi abuela. Mi abuelo, Rafael Araujo Espinoza,
fue destacado maestro del Instituto, tan es así que aún hoy en día una calle
lleva su nombre en mi ciudad de origen.
De
ese modo pude conocer a detalle a Miguel de Cervantes Saavedra, a Dante
Alighieri, a Petrarca, a Garcilaso de la Vega, a Juan Boscán, a Fernando de
Herrera; lo mismo que a autores nativos contemporáneos como Zúñiga o Josué
Mirlo. U otros autores mexicanos de renombre como Sor Juana Inés de la Cruz,
Gorostiza, Nervo, Pellicer y muchos otros.
Esa
didáctica tan incidental y afortunada me llevó a convertirme, paulatinamente,
en un lector empedernido, por la vía más directa y genial: el placer.
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