*En mayo de 1981, apareció mi primer libro "A propósito", editado por la Universidad Autónoma del Estado de México. De modo que el pasado mayo cumplió 30 años esta criautirita, mi primer hijo. Con tal motivo lo he querido celebrar con ustedes, mis colegas, amigos y compañeros de andanzas en este barco que es la COMUNIDAD DE ESCRITORES Y POETAS..., reproduciendo el prólogo citado:
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A MANERA DE PRÓLOGO, O
DE LA FE POLÍTICA EN LA POESÍA
A propósito de la aparición del primer libro en que reúne su poesía Benjamín Araujo me he puesto a revisar algunas notas y reflexiones -reencuentros y desconsideraciones- que en otra ocasión y en otro espacio había esbozado acerca de la naturaleza estética o literaria de la palabra de este joven poeta del Estado de México.
Retomo aquí la proposición anterior; entre los jóvenes que en la Entidad sienten hoy el vértigo de los abismos del verbo e inician una intrépida ascención para la conquista del aire desde las abruptas malezas y los montes inciertos de la poesía de hoy en día en el idioma, es Benjamín Araujo el que más ha reflexionado sobre la condición social y política del oficio del poeta.
Respecto a su propia obra afirma con claridad: "Si aceptamos que la poesía es un acto político, no obstante no podremos calificarla en la misma dimensión de los hechos políticos propiamente dichos, dado que antes de ser política es literatura. Y si el autor cree que debe tener una actitud política conciente y definida en su obra, ello de nada le servirá si, antes, no ha aclarado su compromiso con la palabra". Aclarado es una palabra muy nítida, muy reveladora. Luego "aclara" que ese compromiso se ejerce -y ejercita- en el diálogo del hombre con el hombre, en las palabras que decimos todos los días. La palabra más poética será entonces aquella que nos revele -íntegro- el milagro disperso de los instantes comunes.
El poeta llega a descubrir una norma de acción para toda obra literaria "comprometida": "Quien desde la poesía quiera ser revolucionario deberá primero no traicionar a la palabra". Y concluye: "la literatura en este 1980, desde Toluca como parte del capitalismo dependiente mexicano, deberá estar del lado de las fuerzas del mañana. Del lado de la clase productora, de la clase trabajadora".
A la luz de esta Poética hemos leído en las páginas de creación de Benjamín Araujo la verdad de sus convicciones ideológicas y estéticas. En ellas el credo político coincide con la fe poética. Como en el caso de Efraín Huerta, el poeta asume la libertad expresiva como un desarrollo de la lealtad a las propias convicciones. La pasión política y la sensualidad amorosa encuentran, juntas, la conciencia de una realidad abierta a la experiencia popular latinoamericana. El poeta afirma con su obra, su participación en la historia cotidiana del pueblo. Y lo que existe del pueblo en la poesía es lo que tiene de universalidad y permanencia.
En algunos poemas de este libro, pongamos por caso el titulado "Sonia", hay un humor político de fuerte tensión e intención sarcástica, una ironía amarga, una suerte de crueldad impugnativa que culmina de un modo "fieramente humano": "Haremos con el pelo de la madre de Nixon/ una cuerda tan larga/ que abarcará lo largo del Río Bravo/ y haremos conjuros con su sangre/ para impedir marínes/ Finalmente/ haré la coladera/ para tomar café/ cuando Sonia/ me engañe".
En otros textos parecen también la ternura y la violencia del sentimiento amoroso, la rebeldía y las incitaciones de una inteligencia poética que cuestiona el mundo que vivimos. En el poema "El ricón las tiene" este joven poeta se enfrenta al problema estético y social de la poesía contemporánea; cuestiona el poder del lenguaje para expresar la realidad y la historia cotidiana de la sociedad actual. Advierte que "nos han abandonado las palabras bellas". Pero sabe que "el contacto/ se da en una nueva dimensión/ sólo en tanto las palabras bellas/ cachondas/ salen de su rincón/ y nos llevan..."
Valen como testimonios poético-políticos de certera realización formal los poemas "Trinidad humana" y "No, Patria". En este libro hay epigramas, poemínimos, decretos, imágenes y "noticias"... el testimonio de los días que ha vivido el poeta (que hemos vivido todos).
Este libro demanda nuestra participación conciente en el proceso de cambio de sistema político-social que viven hoy los pueblos latinoamericanos. Claro está que su acción se da en el lenguaje. Pero el uso o de la palabra es un acto político. La rebeldía o revuelta verbal propone agitar, remover; reunir instinto, sentido, significado y destino sociales. Su función consiste en denunciar y en detonar el idioma enmascarado de la sociedad democrático-burguesa. Asimismo el vocabulario oficialista, la palabra automática, la escritura inerte -embalsamada-, el discurso circular y vacío; la frase hecha serpiente que se muerde los lugares comunes; es el mismo lenguaje que -intencionado, delirante, gozable- nos devuelven Ionesco, Arrabal o Jorge Díaz. No hay absurdo en el arte sino en la sociedad que refleja. La poesía construye una imagen realista, coherente, del mundo...y el poder invencible de las sentencias del pueblo (véase "Trinidad humana", "Déjame descorrerte la piel", "Voz a dos voces", "No, Patria" y "Cuatro cantos mágicos para invocar el cambio").
Benjamín Araujo como poeta se sitúa entre la forma y las tentaciones de la cotidianidad poética latinoamericana; antes que la novedad de la tradición, la tradición de la novedad y el cambio. Es la suya una poesía "personal" y a la vez colectiva, abierta; una especie de biografía "distanciada" para alcanzar -brechtiana o benedetianamente- "los poemas de otros". Sus signos permanentes son el humor, la violencia y la ternura, el asedio crítico del amor, la fe política, la pasión por la palabra, la impugnación a la sociedad burguesa occidental, el sarcasmo, la ironía soterrada y oscura -y la voz del testimonio.
Creo que el oficio de la poesía consiste en afirmar la vida como el único bien: en entrañarle verdad y significado. Y quieo decir que la obra poética de Benjamín Araujo está en marcha, hace camino al andar, crece al ritmo de su paso. En hora buena.
Raúl Cáceres Carenzo.
Toluca, febrero de 1981.
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